Quería ver a mis padres, y a mi hermano. Pero no tenía ni móvil ni nada. Lo único que tenía conmigo era la ropa que llevaba puesta. Unos vaqueros, un jersey rojo, unas converse y un abrigo negro.
Me senté sobre una piedra y me puse a llorar. Quería salir de aquí, ni si quiera sabía donde estaba ni por donde ir. Iba en círculos todo el rato. Me sentía muy sola en aquel lugar, sin poder hablar con nadie. Ni poder abrazar a nadie.
-Oye. ¿Por que lloras, niña?
Levanté la vista como un rayo y vi a un hombre bajito, barbudo y gordito mirándome Llevaba la ropa sucia y un pico en la mano. Me entró la risa.
-¿De que te ríes, niña? ¿Acaso tengo algo de gracioso? Adiós.
Me levanté como un rayo y lo empecé a seguir.
-Lo siento señor, es que me recordó a uno de los siete enanitos de Blancanieves. Necesito salir de aquí, estoy perdida.
El hombre me miró con cara sorprendida y a su vez extrañada.
-Como sabes que conozco a Blancanieves. -Me agarró por el cuello de la camiseta y casi me levantó del suelo.
-Lo leí en un libro. Blancanieves y los siete enanitos. Todo el mundo lo sabe.
-Eso no es posible. No puede ser. Nadie tendría que saberlo. Nadie...
Echó a correr cuesta arriba y lo seguí como pude. En unos minutos lo había perdido de vista. Pero seguí caminando en la misma dirección. Al final. Llegué a una cabaña pequeñita de madera. Estaba el hombre de antes hablando histérico con otro muy parecido a el. Me acerqué poco a poco arrastrando un poco los pies.
Estaba agotada.
-Fue ella. Ella me lo dijo.
-¡Y la has has traído hasta aquí!¡Ahora se lo irá contando a la Reina! ¡Y matará a Blancanieves!
-Espera, espera, espera. ¿Me estás diciendo que Blancanieves existe de verdad y que vosotros sois sus enanitos? No me lo puedo creer. Debo de estar soñando. Aunque este dolor de piernas no puede ser producto de mi imaginación. -Me pellizqué y me dolió. -No puede ser...
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