lunes, 21 de enero de 2013

Maldito temporal

Era una mañana fría y oscura. Pero claro, eran las siete de la mañana, en pleno invierno y estaba nevando. Y no nevaba poco. Para nada. Parecía una auténtica tempestad. A cada paso que dabas, el pie se te hundía varios centímetros en la inmensa capa de nieve. Así a lo rápido y sin medirlo. Diría que eran sobre cinco centímetros. Y no exagero para nada.Así que, a zancadas, y empapando igualmente mis botas nuevas, me dirigí a la oficina. Estaba a dos calles de  mi casa. Así que por mucho frío que hiciese, no era plan de coger un bus, ni mucho menos un taxi.El aire me cortaba la cara, no literalmente, pero era un aire tan frío, que hasta dolía. Era como sentir miles de cristales rozándote la cara.
De repente, no sé cómo, todas las luces de la calle se apagaron. Busqué mi móvil en el bolso y tampoco encendía. Se me había olvidado cargarlo. Así que estaba sin batería.Algunas de las personas que también estaban en la calle, empezaron a chillar (principalmente los niños), otras a correr. Otras sencillamente, como yo. Siguieron andando como si no pasase nada.Cuando llegué al edificio, me encontré con que no podía abrir la puerta. Empujé un largo rato para ver si así lograba entrar, pero era inútil. La puerta era electrónica, así que hasta que no volviese la luz veía complicado entrar.
-Perdone… -Un chico a mi espalda que llevaba un gran montón de carpetas entre los brazos me miraba inquisitivamente. – ¿Le importaría abrirme la puerta? Es que ahora mismo no puedo hacerlo yo, ya ve lo cargado que estoy.
-Lo haría, pero es que no abre. –Me encogí de hombros.
El chico dejó caer la cabeza sobre el montón de carpetas y suspiró.
-¿Y yo ahora que hago?
Volví a encogerme de hombros y me lo quedé mirando.
-Mira, tengo una idea. –Siguió hablando. – ¿Me puedes coger un par de carpetas mientras yo intento solucionar esto?
Puse los ojos en blanco y accedí. El chico cogió su móvil y empezó a marcar un número de teléfono. Pero al ver que ponía una mueca de disgusto y guardaba otra vez el susodicho aparato, supe que su intento de llamar a alguien era en vano.
-¿Llamabas a tu jefe?
El chico me miró y sonrió. No sé que tenía de graciosa esa pregunta.
-Mira, no sé cómo te llamas, pero, ¿Te importaría…?
-Sergio.
-¿Cómo?
-Que me llamo Sergio. ¿Tu?
-Sandra.
-¿Trabajas aquí?
-Sí, en el departamento de Marketing.
-Ah, ya sé quién eres. Eres buena, me encanta como trabajas. La mejor publicidad de esta empresa es la que haces tú. Te conocen en más de la mitad de los países en los que está la empresa expandiéndose.
-Ams… Gracias. ¿Y cómo sabes tú eso de mí?
-Mi padre habla mucho de ti.
-¿Tu padre? ¿Lo conozco de algo?
-Es el jefe de la compañía. Ángel Silvestre.
Me quedé a cuadros, y por poco se me caen todas las carpetas que sostenía. ¡Estaba hablando con el hijo del jefe! ¡Y me estaba diciendo que trabajaba muy bien! Lo que parecía un día horrible, se acaba de tornar en algo perfecto.
-Mira, ya que no podemos entrar. ¿Te apetece tomar un café o algo? Lo que se pueda. Así hablamos de tus ideas de publicidad.



1 comentario:

  1. Me parece que te ha quedado un relato muy logrado, parece el típico encuentro casual que da para mucho :)
    Pásate por mi blog Ine, soy Lore!

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